«Mario del Monaco fue uno de los tenores más célebres del siglo XX, al que ha correspondido un éxito clamoroso. Debutó antes de la Segunda Guerra Mundial. Su consagración, sin embargo, coincidió con la posguerra. Intérprete triunfal en todos los escenarios más prestigiosos del mundo, Mario del Monaco se benefició de la llegada y difusión del micrograno. El disco, de hecho, le convirtió en una de las voces más conocidas de todo el planeta. Emparejado con Renata Tebaldi, se convirtió, durante más de una década, en uno de los sellos fonográficos más ilustres de Decca. Del Monaco, además, puede considerarse uno de los primeros y más importantes cantantes de ópera que comprendieron la importancia de los medios audiovisuales como complemento indispensable para la fortuna de un artista moderno. Su fuerte atractivo -un verdadero carisma-, confirmado por testimonios unánimes, unido a la fenomenal relevancia de su voz, consagró a Del Monaco como elemento principal y destacado de esa gran patrulla de artistas que, en los años cincuenta, volvieron a mantener en alto los colores de la escuela italiana de canto en todo el mundo. [..] Aprendemos, pues, de su reflexión diurna e infatigable sobre los misterios de la voz, su meditación de toda la vida sobre los secretos de la técnica y el eterno problema de adaptar la teoría a la práctica, es decir, el paso de la noción al órgano vocal de cada artista individual, en este caso el suyo propio. Aprendemos la fuerza de un intérprete que siempre abordaba cada título sólo después de un examen minucioso de sus capacidades y de las posibilidades de obtener un producto bueno y convincente. Los eliminaba del repertorio cuando estaba convencido de que ya no podía dar lo mejor de sí mismo. Conocemos el estudio ininterrumpido de las interpretaciones de Del Monaco, hasta el punto de que se necesitaría un volumen sólo para mostrar la continua evolución de su lectura del Moro de Verdi, donde cada efecto buscado y cada cambio realizado de una edición a otra responde a opciones dramatúrgicas concebidas y sugeridas al cantante por su instinto, su inteligencia y por las experiencias ajenas observadas con perspicacia y hechas suyas con originalidad y talento. Del Monaco, verdadero artista, creó un nuevo tipo de cantante de ópera, reivindicó para sí mismo y para el teatro de ópera una dimensión moderna que es simplista calificar de cinematográfica. Cantante-actor de consumada habilidad, Del Monaco ha puesto siempre la voz en el centro y la ha modelado con rigor musical, documentado por numerosas grabaciones, tanto oficiales como en directo, que permiten reconstruir su carrera con precisión. […] Del Monaco, como todos los artistas dotados de talento y sentido común, instruidos por hábiles maestros de canto y excelentes directores de orquesta, sintió que, respetando la tradición, debía encuadrar la ópera en una concepción moderna, cuyo único criterio era la credibilidad y la coherencia de la interpretación. Sin olvidar que la potencia telúrica de sus medios exigía estrategias precisas, fatalmente destinadas a repercutir en el acercamiento al personaje. Del Monaco consiguió la credibilidad de sus interpretaciones (todos los que le vieron actuar en escena hablan de una fuerza catalizadora capaz de captar y clavar a los espectadores; los testigos suelen repetir que era todo lo que había en escena) gracias a una de las más impresionantes realizaciones prácticas de las teorías de Kostantin Sergeevic Stanislavkij. Baste un ejemplo. Su silencio en los días previos a la representación, su silencio en torno a sí mismo, que los medios de comunicación vendieron entonces como la imagen de la estrella caprichosa con ganas de exhibicionismo, debe leerse más bien como la búsqueda de las tvorceskoe samocuvstvie, es decir, la condición de desapego de los intereses habituales que el intérprete, según las teorías de Stanislavkij, debe perseguir para iniciar el proceso de fusión con el personaje. Es lo contrario de la akterskoe samocuvstvie, es decir, la adopción de expedientes teatrales que permiten al actor conseguir efectos explotando únicamente el oficio. Antes de salir a escena, Del Monaco se preparaba para la tarea volitiva de identificarse con el personaje. De ahí su meticulosa investigación sobre el maquillaje, el vestuario, las razones psicológicas y humanas de cada papel, plasmadas en el respeto de las reglas del canto y la naturaleza de su garganta. Su voz le empujó, de hecho, hacia una lectura heroica del melodrama, en una dimensión épica que supo reconocer tanto en el personaje de Pollione como, como se ha sugerido con acierto y autoridad, también en el de Canio. [..] Anticipó en los años 50 lo que en nuestra época se ha convertido en una clave normal para entender el Verismo, a partir de la producción literaria de Giovanni Verga: el documento realista de un mundo cada vez más lejano se transforma en la epopeya del oprimido que opone su grito, en este caso su canción, a la desgarradora realidad a la que tiene que enfrentarse diariamente. El heroísmo de las interpretaciones de Del Monaco saca a la luz el candente problema (latiguillo de la crítica musical) de las medias voces de Del Monaco, verdaderas o supuestas, afirmadas y negadas. Despejemos el campo de cualquier malentendido. Si mezza voce es el dulce suspiro de un tenor de gracia, no cabe duda: Del Monaco nunca ha cantado a media voz. Si mezza voce significa doblegar el canto a un recogimiento íntimo, proporcional a la virilidad del personaje, de su representación, al tamaño gigantesco de la voz del cantante, entonces Del Monaco ha sabido alternar a menudo los matices ardientes, fogosos, los tonos oscuros de los pasajes más dramáticos, con la vibración suave, pero al mismo tiempo viril, que corresponde a un héroe. De hecho, se puede estar de acuerdo con Franco Fussi (uno de los foniatras más autorizados que ha hablado de Del Monaco en varias ocasiones) cuando, si bien concede preeminencia a las interpretaciones del repertorio verista, señalando los excepcionales resultados de Andrea Chénier, cuya lectura del «Improvviso» sigue siendo memorable, reconoce al célebre tenor un control constante del sonido con la búsqueda de gradaciones y matices y no teme utilizar el término mezza voce. Para demostrar que sería un error encasillar a Mario del Monaco exclusivamente en las interpretaciones más exageradas de Otello, nos ayuda un documento fácilmente accesible hoy en día. Se trata de la grabación televisiva de la RAI, en la que Del Monaco canta en tándem con la Desdémona de Rosanna Carteri. La trampa del playback, que razones técnicas hacían indispensable, es evitada por Del Monaco con la construcción de un Otello monolítico, escultural, meditado, donde el amor y la furia pasan por una mímica facial que puede considerarse una impresionante pieza de teatro musical moderno. Se consigue un resultado que es cualquier cosa menos un truculento alarde de verismo. Dado que este Otello tiene tripas y carne, lleva sangre en las venas, huelga decir que la interpretación vocal es acorde. Monolítica en la soberbia belleza de una escultura donde la fuerza de la naturaleza vocal es encauzada e inteligentemente custodiada, la voz ahora estalla como un relámpago ahora, en cambio, se recoge en la más íntima de las vibraciones. Para ser heroico, Del Monaco lo tiene todo, empezando por el timbre […] Que los agudos deben sonar no debe caber duda, pero es toda la gama de un héroe la que debe poseer chispa, la que debe sonar. Y el timbre de todas las notas, que debe poseer la luminiscencia de los metales nobles. […] Del Monaco, por lo tanto, es un tenor que se ha construido una vocalidad estentórea, fundada en un método que adaptó a la singularidad de su instrumento […] obteniendo excelentes resultados allí donde el poderoso modelado de la declamación electrizante y, más generalmente, la grandeza monolítica de su canto pudieron encontrar el terreno de elección. [..] Los historiadores del teatro musical y los historiadores vocales deberían encontrar también otra razón, no menos importante, para estudiar sin preclusión la voz y el arte de Del Monaco […] Rodolfo Celletti ya lo ha mencionado [.Su voz, de primer orden en cuanto a timbre y volumen, posee un color y un vigor baritonales en los registros graves, y una agudeza y una capacidad de expansión en los registros agudos que, unidas a un fraseo incisivo y generoso, remiten a la tradición de los tenores verdianos de la segunda mitad del siglo XIX, ya no expertos en el canto florido, pero capaces de abordar las tesituras de Meyerbeer o Guillermo Tell. En efecto, ciertas interpretaciones de Del Monaco nos permiten acercarnos más que cualquier aproximación reciente a ciertos aspectos del estilo de canto de los tenores de Verdi de la segunda mitad del siglo XIX. […] Además, al haberse distinguido como uno de los Pollione más notables del siglo XX, Del Monaco parece heredero de uno de los tenores más representativos de la segunda mitad del siglo XIX, contemporáneo de Enrico Tamberlick, encajado entre Gaetano Fraschini y el mítico Francesco Tamagno, a saber, el piamontés Geremia Bettini. Voz escultural, espléndido Pollione, capaz de cantar el Otello (de Rossini) que sin duda Del Monaco interpretaría si viviera ahora, siendo la suya, y no las lamentables de los llamados especialistas, la verdadera voz del tenor barítono rossiniano. No es casualidad que Del Monaco, representante moderno de muchos aspectos del estentorianismo decimonónico, fuera un célebre intérprete del bandido Ernani, entre otras en memorables representaciones dirigidas por Dimitri Mitropoulos en Nueva York y Florencia. Los méritos de esta lectura van mucho más allá de unos momentos de formidable emoción. Basta con escuchar el final, donde Del Monaco, contrariamente a lo que han escrito los críticos discográficos italianos en vena de justicialismo, no está nada incómodo. […] en el Andante, «Ve’ come gli astri», Del Monaco suaviza el Sol de «sembrano», siguiendo la indicación del compositor, y desliga bien el grupito que hace de cadencia a la frase. La ejecución del Lento, «Tutto ora tace», es admirable, con un bello Fa en pianissimo en correspondencia de «beato». Pasamos por alto la pasión (expresamente solicitada por Verdi) de «Solingo, errante, misero» y la fuerza emocional de «Quel pianto, Elvira, ascondimi…». Hablemos también de las sonoridades buscadas para ‘Vivi d’amarmi e vivere’. No cabe duda, sin embargo, de que aquí tenemos a uno de los iconos más felices del tenor decimonónico de fuerza, lidiando con un papel que la tradición le asignaba. Además, en esta interpretación, se aprecia esa precisión musical que Celletti reconocía en Del Monaco […] AKA la modernidad del gusto que debe medirse no con la estilización actual, sino con los estragos nacional-verbalistas de ciertos tenores de los años 40, de los que Del Monaco prescindió, anunciando nuevos tiempos. Dejemos también de lado la formidable interpretación de San Francisco del Aria de Eleazar, ‘Rachel, quand du Seigneur’, de la Juive, toda esculpida en bronce (una de las más bellas lecturas desde el disco de Caruso), verdadero ensayo de estilo de canto a la manera de los antiguos tenores heroicos, como Leon Escalaïs y Giovan Battista De Negri. Pero además, Del Monaco poseía esa incisividad de acento que no tenían los tenores anteriores a Caruso, que languidecían en un fraseo displicente que hoy puede sonar neghittoso. Omitimos escuchar una antigua grabación del final de Lucia di Lammermoor, que cito aquí provocativamente. No soy tan ingenuo como para situar a Del Monaco entre los Edgardo de referencia, pero escucharle nos recuerda (al menos en algunos lugares) que el personaje fue escrito para ese Gilbert-Louis Duprez que era un tenor de fuerza, entre los primeros y entre los más grandes, que cantaba con la voix sombrée, a la manera de Del Monaco, y no para los tenores lírico-ligeros [….] si queréis redescubrir el timbre que era de los antiguos tenores, el sonido de un disco de plata golpeado por un mazo de plata […] debéis escucharle: el viejo león. Vilipendiado por la crítica, […] menospreciado por los críticos de la última temporada, algunos de los cuales llegaron a compararlo con un gritón. Él: ¡el tenor de rango, el profesional ejemplar cortejado por los teatros del mundo! He aquí mi prefacio, que no canta incondicionalmente los méritos de Del Monaco, que al ver sus límites no lo denigra, como creen algunos aficionados obtusos, sino que hace su pequeña contribución al justo trabajo de historización (ya es hora de iniciarlo) y lo aprecia aún más; lo aprecia por lo que vale (mucho), por su grandeza (enorme), que no sueña con lo que nunca ha sido y no podría haber sido. ¿Merecía la pena reabrir el asunto Del Monaco? Por supuesto que sí. No tenemos ninguna duda. [..]»
(del prefacio de G. Landini extraído del libro biográfico «MARIO DEL MONACO Monumentum aere perennius» de E. Romagnolo)